Decía Artaud que todo gran mito pone un pie sobre el mal,
es decir, sobre el desastre que amenaza periódicamente a
los hombres. Es cierto, pero más cierto es que no hay
culturas en las que el mal no esté corporizado en
personajes siniestros que niegan los valores éticos que
éstas consagran. Los personajes benignos y malignos
entablan una guerra permanente que modela el orden
cósmico. Éste nunca será del todo estable, pues. el
acontecer diario se dirime en tal puja de fuerzas. La
guerra parece sin cuartel, pero en el fondo se trata de
una rivalidad institucionalizada, pues ambos
contendientes comparten un sistema regulado.La figura del
Diablo llegó a América con la Conquista y cumplió un
papel muy activo en la evangelización: el horror al
infierno se reveló más eficaz para colonizar el
imaginario del indígena que la vaga y anodina pintura del
paraíso cristiano. Claro que esta imagen inicial, que
circulaba en grabados, fue objeto de apropiaciones que la
fueron resignificando, atribuyéndole incluso acciones
positivas, como eludir la muerte, obtener el amor y
aprender diversas artes en las tinieblas de la
Salamanca.Este libro consta de dos partes. La primera es
una antología comentada de textos de la cultura popular,
donde cada capítulo introduce un tema que tiene al Diablo
como principal protagonista y muestra una faceta
diferente de la lucha entre el bien y el mal. En la
segunda parte, el autor reflexiona sobre los diversos
tipos de diablos o contextos diabólicos, en un arco que
va desde la consagración del placer de celebrar la vida
hasta los abismos del horror.