Reseña: Luego de casi cuatro décadas de carrera, John
Carpenter le ha dado a la cultura pop dos íconos: Michael
Myers y Snake Plissken. Esto solo debería asegurarle al
director un lugar destacado en la historia del cine, pero
su aporte va más allá y se desprende de la lectura de
estos personajes. Michael es la reformulación del horror
puro en un mundo que ya había pasado por dos guerras
mundiales, luego, el regodeo de Corea, y por último, la
insania y la náusea de Vietnam; un rostro -o más bien una
máscara- para un Hombre de la Bolsa plausible en los
tiempos de Edgard T. Gein y John Wayne Gacy. Snake, en
cambio, representa el héroe que se rige por su propio
código de valores y resiste en un mundo crecientemente
sofocado por la moral unificada de una derecha hipócrita
que tuvo en Ronald Reagan y Margaret Thatcher a sus
adalides. Admirador confeso de los westerns, Carpenter
sostiene la imagen de un individuo que evalúa por sí
mismo qué es lo correcto y qué es lo incorrecto y es
capaz de asociarse a otros por el bien del conjunto sin
por eso convertirse en rebaño. El cine de John Carpenter
es, entonces, ético: no se conforma con señalar el Mal ni
se regodea en mostrarlo, sino que propone...